domingo, 24 de agosto de 2014

Ínclitas razas ubérrimas

Fuente: peru21.pe

¿A quién realmente le importa la farsa tragicómica de nuestros ‘‘ilustres’’ políticos? Dejando de lado a ellos mismos, la respuesta es bastante clara: a la ‘‘cúpula’’ periodística. Nuestros prominentes líderes de la opinión pública, escrita y radiotelevisiva, conforman junto a los gobernantes del Perú la raquítica dualidad de la administración nacional contemporánea. En más de una ocasión he pensado acerca del real interés que se suele evidenciar en los medios de comunicación sobre controversias y discusiones, aparentemente trascendentales, que suceden día a día en la esfera política de nuestro país. La duda surge de inmediato: ¿es que efectivamente aquellos debates conducen motivaciones de importancia patria? Con la misma rapidez, la respuesta aparece: no.

Y es que está de más disertar profundamente sobre estos asuntos, pues todos nosotros somos testigos de cuáles son los condicionamientos atados en el globo de la comunicación social. Lo sustancial no importa. Lo que vale indudablemente es el rédito económico. Es por este motivo que la radiotelevisión y los periódicos nacionales no hacen más que adormecer y embrutecer al ciudadano. Colman a este de chismografía y de cuentitos de supuesto interés público que penetran perforando su mente. La nueva parejita, conformada por prensa y políticos, se alza como la abanderada meretriz nacional. Todos quieren verla y saber de ella, qué es lo que ha hecho, cómo se ha vestido hoy, cómo lo hará mañana, qué anda diciendo, etc. Ella misma nos vende el embuste diario. Nos niega el conocimiento profundo de nuestra vida civil y transforma lo fundamental en banal. ¡Cuánto tiempo ha pasado y seguimos sin aprender! Cada vez la malicia y la perfidia de nuestro rival son mayores. ¡Y cómo no! Hoy colman el espacio público y conducen los destinos nacionales. Somos casi treinta millones de ciudadanos y solo unos cuantos dominan. ¿Los otros? Que sigan viviendo como pueden, pues verdaderamente no valen nada.

Los administradores del Estado peruano son dos. Ya se han casado y están viviendo en su luna de miel, que por cierto parece eterna. ¡Qué bien la andan pasando! Sin embargo, no todo está perdido, nunca lo ha estado, realmente. La revolución deberá surgir en comunión, en la que cada individuo, aprisionado por la meretriz nacional, necesariamente alce su voz y rechace el maltrato espiritual que vive. Despedazaremos nuestras cadenas de opresión cuando adquiramos el espíritu de aquellas ínclitas razas ubérrimas de la libertad.